¡Escriben lectores del exterior!

El empresario y escritor Alan Scerbanenko escribió desde Ginebra, Suiza y yo traduje con su permiso.

«Querida Daniela, aprecié tu reflexión sobre dónde es preferible pasar los últimos años: en casa o como dicen en Argentina, en un geriátrico. Estoy de acuerdo con que no hay reglas válidas para todos. Es una decisión que depende de las convicciones personales, de las posibilidades económicas y de como asiste la familia.

Pensé que pudiera interesar un brevísimo panorama de cómo se ve esto en Suiza. En Ginebra el geriátrico se llama EMS, por Etablissement Medico Social. También acá, la decisión de entrar en un EMS es esencialmente personal, pero el sistema sanitario estatal favorece una política que apunta a que los ancianos queden en sus casas el mayor tiempo posible y a asistirlos de manera capilar. Así, existen unidades de atención domiciliaria que prevén la atención regular de fisioterapeutas, enfermeros y asistentes para el cuidado personal y la preparación de las comidas. Los costos de esto se sostienen en parte por el seguro de enfermedad que todos los ciudadanos han pagado durante su vida laboral y en parte por un fondo federal especial destinado a la asistencia de las personas discapacitadas AI, por Assurance Invalidité.

Para el sistema sanitario suizo el bienestar del anciano es mayor si puede quedarse en el ambiente donde vivió durante años lo que aparentemente sería también ventajoso desde el punto de vista económico visto el alto costo de los EMS (de 8 a 14000 US$ mensuales).

La atención estatal se complementa con la acción de muchas asociaciones de voluntarios que acompañan a los ancianos en sus casas, les leen e incluso los llevan a pasear. Para quien indefectiblemente quiera entrar en un EMS, o no esté más en condiciones de vivir en su casa, los costos son cubiertos en parte por el seguro y en parte por la disponibilidad personal. De tratarse de un indigente los costos los cubre la AI.

Mando un saludo a vuestra bella Argentina donde he pasado momentos inolvidables y donde aún tengo tantos amigos.»

Escribe Chichila Irázabal, una querida amiga desde Montevideo, Uruguay.

Estoy muy de acuerdo con lo que dices, la soledad que sufren muchos viejos en su casa es lo peor. Se me acaba de morir una amiga de ochenta y siete años, sola y lejos. Una persona increíble, peculiar y caprichosa. Hará unos diez años se le ocurrió que vivir en Uruguay era muy caro, cosa que era cierta – ella era pensionista americana- y fue por América para elegir donde vivir.

Eligió Cuenca, Ecuador, donde podía vivir en un bello y gran apartamento por poco dinero. La visité una vez nada más, la invité otra vez a venir a Montevideo y siempre mantuvimos contacto por Skype. Entre sus caprichos estuvo no querer tener un teléfono inteligente y whatsapp, con lo cual el contacto se hizo esporádico, tipo una vez por mes, con charlas de hora y media. Algo que me mata, yo soy de usar el teléfono para conversaciones de dos minutos y arreglar dónde nos vemos.

En Uruguay tenía amigos, vivía a cien metros de casa y yo pasaba a tomar un café casi todos los días, por diez minutos o tres horas. Lo mismo otra amiga y además tenía reuniones, etc. En Cuenca nunca hizo amigos y progresivamente vi su deterioro por falta de vida social. Su mente razonaba bien pero su memoria era un desastre y de ser una mujer interesantísima e inteligente se convirtió en alguien con quien tenía la exacta misma conversación cada vez. Hace unos tres meses se le ocurrió volver a Uruguay y me pidió que le consiguiera un departamento; quería volver con sus cosas y me di cuenta de que no estaba en condiciones de hacerlo. Le aconsejé que vendiera todo y viniera a un departamento amoblado. En fin, la llamé antes de que iniciara este viaje y no respondió. Le escribí y me respondió con un saludo en Navidad y hace una semana me enteré de que falleció. No tengo detalles, pero no me extrañaría que se hubiera dejado morir.

En fin, la vejez nos cerca a todas. Con unos amigos, desde que éramos jóvenes, hablábamos de «el cottolengo autogestionado» con planes de sala de cine – ni cable y mucho menos streaming había en esa época- un minibus para paseos, etc. Claro que después siempre te parece que el momento no llegó y cuando te llega ya no puedes resolverlo.

La madre de un querido amigo fue el ejemplo más claro de lo bien que puede hacer un geriátrico bien llevado. La señora vivía con su hermana; al morir ella con los meses la señora empezó a estar cada vez peor, a desvariar un poco, etc. Tenía cuidadoras pero no mejoraba y mi amigo, casi en contra de la opinión de sus hermanos, decidió ponerla en un geriátrico. La señora comenzó a recuperarse hasta ser la mujer autoritaria y caprichosa de siempre pero bien de la cabeza y contenta. Murió hace unos meses con ciento tres años y en pleno uso de sus facultades. Hasta tuvo Covid y salió airosa.

En fin Daniela, es todo un tema pero a mi hija siempre le digo que llegado el momento me interne y no mire hacia atrás . Es única hija y cargar con una vieja sin poder repartir el tema es terrible.

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