La vida sin tacos

Si en algo nos benefició la maldita pandemia que tanto nos estropeó en otras áreas, fue en que se relajó el código de vestimenta. Durante el encierro todo fue jogging y pantuflas. A veces algo mejor en la parte de arriba para aparecer por zoom. Por debajo seguía lo más cómodo cuando no el piyama.

Después empezamos a salir pero siempre con zapatillas y ropa deportiva o, al menos floja y relajada. Adquirimos, casi sin darnos cuenta, un agradable look nomeimportanada. Cuando mejoró la situación llegamos a ver figuras del jet set y la farándula con la exótica combinación de ropa de noche y zapatillas blancas. Sea como fuere, siguieron viéndose pocos zapatos.

Podríamos preguntarnos entonces qué pasa ahora con las colegas de Carrie, una de las protagonistas de Sex and the City, y con tantas mujeres más que aman coleccionar zapatos de todos colores y formatos, por no decir precio como Carrie que solo consideraba de Manolo Blahnik para arriba. La onda actual incluye a toda hora ballerinas (como usa alguna reina), mocasines (como usa alguna otra), sandalias, alpargatas y, desde luego zapatillas de cualquier formato y color.

Es posible que, después de siglos en los que nos rigió la idea de que “hay que sufrir para ser bellas”, cuando cualquier incomodidad como corsés que impedían respirar, zapatos en punta que torturaban los pies, tacos de doce centímetros y otros sinsabores considerados normales, haya surgido este quemeimportismo más relajado y saludable. Algo así como «me pongo lo que me gusta y me queda cómodo, no importa lo que lleven las demás»

Claro que en la farándula , para lograr la foto y los cinco minutos de gloria, todavía se ven algunos disparates que te hacen pensar cómo pueden caminar, sentarse o ir al baño con lo que tienen puesto. Nosotras no. Nosotras decidimos ser felices y vivir cómodas.

Aunque, para ser sinceras, en algún rincón del alma todavía recordamos con nostalgia esa sensación maravillosa del momento antes de salir cuando, ya listas, maquilladas y perfumadas, nos poníamos los tacos y nos sentíamos como diosas de dos metros de alto frente al espejo. ¿O no?

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