Meditaciones imprecisas
El día está horrible, algo hace que la lluvia, aunque me encanta, me vuelva reflexiva. Hace un rato que me ronda la idea de que ser octogenial parece implicar, casi sin excepción, tender a hacer balances. Por lo menos a mí me pasa y cuando miro a mi alrededor veo que sola no estoy.
Sí. Es un balance del tipo de “¿por qué tardé tanto en aprender a decir no?”. O “¿qué fue lo que hizo que tolerara tantas situaciones que me hacían mal?”. O “¿por qué me aguanté, sin defenderme, de alguna persona que me hacía daño, un matrimonio tóxico o un deseo pospuesto?”.
Algunas circunstancias parecen claras: dependen de la formación, de la educación, del rol que te cupo en la familia, de los mandatos, de lo poco que te hablaron a tiempo, de la falta de rescate por parte de alguien cercano o de no reconocer que deberías haber seguido un consejo claro como el agua que te dieron en algún momento.
Entonces ahora, cuando eso aparece en los ratos de insomnio, mientras batís un bizcochuelo en la cocina o bajo la ducha, es inevitable preguntarte “¿cómo hubiera sido si…?”
Esfuerzo inútil, desgaste fatal de energía, autoflagelación encubierta.
Es tan improductivo mirar para atrás como intentar saber qué nos espera delante. Por lo tanto carpe diem hoy, que lo tenemos bien ganado aunque sólo sea por haber pasado por innumerables situaciones que no supimos o pudimos manejar.