Nunca me gustó el verano

No me gustó nunca, ni cuando era chica, ni de adolescente cuando iba a mis primeras fiestas y me transpiraba toda después de bailar un rato; en esa época los vestidos eran de tafetas y el sudor los empapaba sin el menor disimulo. ¡Si habré pasado ratos en el baño esperando que se me secaran el vestido y el pelo!

En estos tiempos en que nos congelamos en el cine o el supermercado, cómo no recordar las vacaciones cuando partíamos amontonados en auto por la Ruta 2 con un ventilete apuntado a la cara como un soplete demoníaco. Todavía ni se soñaba con algo llamado aire acondicionado.

No me gustó tampoco de grande cuando los contados días de playa o de piscina alternaban con muchos días de reuniones de trabajo y entrevistas. Fue entonces cuando acuñé una frase en la que todavía hoy creo: “en verano pierdo la dignidad”. Se me corre la pintura, se me moja el pelo, se me empapa la ropa.

Sigue sin gustarme ahora que soy octogenial a pesar de que siempre oí decir que los mayores sufren mucho el frío no el calor. A mí no me tocó. Me siento indefensa ante los ataques de la maldita canícula, del invierno me defiendo con alegría.

Me pregunto entonces ¿cómo se puede amar el verano en nuestras latitudes de humedades, bajas presiones y altas temperaturas cuando la realidad es que, salvo que uno pueda pasar 24×7 en un cuarto con aire acondicionado y sin enloquecer, cualquier movida es brava?

A mí me invade un suave mal humor ya por el mes de octubre, cuando asoma el tiempo cálido, porque ya sé que va a durar hasta fines de abril como mínimo. El desánimo se me mezcla a veces con una envidia mal digerida cuando me enfrento con mujeres que dicen, preciosas, arregladas y con el peinado perfecto: “qué suerte que ya empezó el verano”.

Es sabido que la forma de sufrir el frío o el calor divide, como tantas otras cosas, a la humanidad en dos bandos. Abrigarse, desabrigarse, taparse y destaparse son formas de autodefensa que llegan a sacudir el ámbito matrimonial. No resulta claro por qué en este tema la mayoría de las parejas es mixta: siempre hay uno que se tapa y otro que se destapa, uno que prende el aire acondicionado y otro que lo apaga.

Escribo esto en la semana en que el país está pintado de alerta naranja y en Buenos Aires tenemos treinta y nueve grados de día y treinta de noche. No me interesa enterarme de que batimos records, solo quisiera saber que tomo bastante líquido para sobrevivir y que en algún momento me volverán las ganas de hacer todo lo que figura en mis listas diarias. Espero que esta racha termine pronto por todos y más aún para quienes encima tienen que soportar cortes de luz. A veces, demasiado es demasiado.

Nota al pie

Si quieren pasar un rato al fresco y riéndose, la obra «Radojka», en el Picadilly, es muy amena, tiene diálogos muy divertidos y muy buenas actuaciones.

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