Desde mi innata ingenuidad, sumada a mi alta cuota de inmadurez, siempre supuse que ser feliz era fácil. Que era algo que no requería esfuerzo. Acabo de percatarme de que es un trabajo full-time.
Se ha vuelto trabajoso porque hay que hacer deportes para segregar endorfinas que son las hormonas del buen humor. Hay que hacer mucha vida social para producir oxitocina que es la hormona de la felicidad. Hay que comer determinadas frutas que favorecen el buen ánimo, desinflamarse con cúrcuma y jengibre, beber litros de agua porque un cuerpo hidratado se siente bien, regular la microbiota intestinal porque nuestro segundo cerebro determina el buen o mal humor.
También hay que tener cuidado con lo que uno mira por televisión y no me refiero a los noticieros que se dedican a sumergirnos en lo peor de lo mucho que sucede. Por ejemplo, yo acostumbraba mirar un programa inglés en el que una actriz y un arquitecto visitaban residencias extremadamente creativas, originales, lujosas, diferentes, bellas. Podría seguir con los adjetivos, aunque ya me pasé de los tres que se consideran sintácticamente correctos. Casas que, además, siempre estaban ubicadas en lugares maravillosos con vistas únicas. ¿Qué me pasaba a mí? Al final de cada episodio me entraba una sensación rara, mezcla de admiración y envidia; que no solo no me hacía feliz sino que me hacía pensar cuánto más feliz que yo era toda esa gente sonriente que describía con orgullo sus propiedades irrepetibles. Igual miré todos los capítulos porque sé que las casas no hacen la felicidad y porque me divertía.
Por otra parte, estamos sumergidos en campañas que intentan convencernos de que si nuestros dientes brillan seremos felices, si el lavarropas gira a novecientas revoluciones también, si comemos tal alfajor más todavía. Dejo de lado los avisos de laxantes que fabrican felicidad de noche y la ofrecen al amanecer porque me parecen de mal gusto.
La pregunta sería: ¿no es estúpido pretender ser feliz siempre? Siempre es mucho para todo. Para estar enamorado, para tener energía, para ser creativo, para estar contento, para estar triste. Para ser feliz.
Sobra decir que la vida está llena de circunstancias que no son para nada felices. Y la verdad es que al transitar un drama o una crisis de cualquier tipo no hay dentífrico que te anime. Menos aún el lavarropas o el jengibre. Porque, además, si hacés caso de tantos consejos, sugerencias e indicaciones ya no te quedan fuerzas para ser feliz porque quedás agotado.