Pero antes de entrar en tema, como octogenial que soy, no puedo dejar de homenajear a Iris Apfel, una mujer icónica que acaba de fallecer a los 102 años. La descubrí hace unos veinte años años en una nota de una revista en Nueva York y no pude creer lo que veía. Una mujer muy mayor cubierta de collares, vestida con una ropa estridente, disparatada, y con enormes anteojos de color. Y una cara de felicidad que daba envidia porque manifestaba así su rebeldía a los condicionamientos de la moda. En pocas palabras, alguien que pasados los ochenta años decidió seguir activa, contestataria y brillante hasta el final. Toda mi admiración porque confieso que yo jamás me hubiera animado a salir así a la calle. Para quienes quieran saber más hay un documental “Iris” en Netflix.
Ahora la nota:
Siempre me pareció que en mi barrio había mucha más gente mayor que en otros. No es que me pareció, es cierto. Hasta que pasé unos cuantos días en Barcelona y vi que por todas partes, en todos los barrios, hay mucha gente muy mayor.
Personas que van como si tal cosa con dos bolsas de compras de la mano (no sé por qué pocas usan carritos), otras que viven en un segundo o tercer piso sin ascensor toda la vida, vecinos que acaban de cumplir 103 años. Todos, sin excepción, se mueven por una ciudad donde las subidas y bajadas fuertes son tan comunes como para nosotros el mate. Están por la calle, en los negocios, en el super, en los bares y confiterías de las esquinas a la hora de los tragos y las tapas. Acorde con esto, las estadísticas dicen que España es uno de los países de mayor longevidad promedio.
Acá es donde me gustaría interrumpir, llamar a un médico conocido y pedirle que me explicara cómo se logra esto en un país donde el menú básico consta de croquetas fritas, tortilla, mariscos y fiambres. Donde el vino y la cerveza no tienen restricciones porque se consideran bebidas saludables. Un lugar donde hay una panadería o dos por cuadra llena de delicias dulces.
¿Se entiende mi dilema? Para ser octogenial, comer y beber a gusto y vivir mucho ¿hay que mudarse a España?
Van unos D@tos
Descubrí en San Isidro un lugar muy agradable, en pleno centro, a un costado de la Catedral. “Nuva” fue antaño el casco de la quinta de la familia Anchorena de la que conserva la estructura. Funciona como café, restaurante y lugar de eventos. nuva@nuvacatering.com
Pelis: Nunca soporté las películas de suspenso y/o catástrofe porque mi parte infantil las cree reales y sufre. Empecé a ver “Dejar el mundo atrás” (Leave the world behind) sin saber de qué trataba y me atrapó tanto que no la pude abandonar. Debo haber entrado en una etapa en la que, rodeada de catástrofes reales como está el mundo, soporto mejor las del cine. “Tierra”, muestra en cambio una catástrofe personal interior y la particular manera de lidiar con ella en un ámbito poco favorable; luego avanza hacia una agradable historia de recuperación. “Siempre el mismo día” (One day), es una comedia llena de contradicciones y clichés pero entretenida para un día de lluvia. Volví a “Maestro” y “Oppenheimer” para terminar de verlas porque las había abandonado por la mitad. La primera creo que estuvo bien abandonada, no me interesa la vida personal de un gran director de orquesta. La segunda, más allá de los dilemas conocidos y la persecución de la que fue víctima, no me movió el amperímetro la actuación de Cillian Murphy que tiende a mirar estático a cámara demasiado seguido. Todas por Netflix. “Perfumes”, por Prime, es una comedia agradable para pasar un buen rato, nada más.