Para que no se confundan por el título y sonrían con cara pícara les cuento que hace unos sesenta años, cuando se inauguró el primer Minimax (eso que no sabíamos qué era y que incorporó la palabra supermercado a nuestro idioma), fui hasta Caballito especialmente para conocerlo. El paseo equivalía a una visita turística; como muchos conciudadanos volví asombrada por la novedad y desde entonces los súper tuvieron un lugar importante en mi vida. Es más, me la cambiaron como a todos porque pasamos del almacén de Don José a los mega locales en los que elegíamos nosotros los productos.
Me alejo por unos instantes de la crisis económica que nos hace mirar los precios con lupa, que día a día nos acostumbra a encontrar envases que mal disimulan su menor contenido y dejo de lado los razonamientos que inventamos para justificar por qué no compramos tal queso o aquel vino. Finjo que en este momento la crisis y la inflación no existen.
Así, puedo abocarme con tranquilidad a un tema que desde hace muchos años me molesta: las porciones de los alimentos que se venden fraccionados en los supermercados.
¿Por qué me enojo on demand en este caso? Porque nadie parece pensar en la enorme cantidad de personas –de todas las edades, no solo octogeniales– que viven solas.
Tengo claro que un supermercado tiene por definición el objetivo de vender la mayor cantidad de cualquier cosa. Entiendo que amen los grandes volúmenes pero con eso nos privan de comprar ciertos productos por una simple cuestión de… volumen.

Porque, ¿qué hace una persona sola con una bandeja de setecientos gramos de escalopes de cerdo? ¿Invita a todo el edificio a comer milanesas? Quiere comer queso y dulce y tiene que comprar una porción grande de cada uno para que la opción sea empacharse o al tiempo tirar una parte (con estos precios, acoto). Necesita unas papas y la bolsa de las de buena calidad trae dos kilos. Podría seguir con más ejemplos, como que la segunda unidad de los productos es la del descuento pero que por lo general nadie que viva solo lo puede consumir en un plazo prudencial.
Cae de maduro que la solución es ir a la carnicería a comprar cuatro milanesas, a la fiambrería por doscientos gramos de queso y de dulce y por cuatro papas a la verdulería. Solo que eso implica un montón de pasos, muchas colas y un tiempo enorme que resulta pesado para quienes trabajan y difícil para los mayores.
¿No podría crearse un sector para quienes viven solos? De paso aquí se agregarían los estudiantes que comparten vivienda o quienes siguen dietas diferentes en la misma casa.
Resulta obvio que esto, además, se contradice con el concepto básico del supermercado: un lugar para comprar todo junto y de una vez. A ver si tenemos suerte y alguien nos escucha…