Después de mucho hablar con gente de mi generación y, sorpresivamente con algunas mujeres de unos cincuenta y cinco a más años (la generación de nuestros hijos…) casi todos los que están solos dicen que el sueño de sus vidas no es tener un marido o un novio con las características tradicionales. Quieren un amigo. Eso. Un compinche divertido para salir, charlar, viajar, compartir, que puede tener derecho al roce pero sin dependencia mutua.
Si miramos alrededor notamos que no se consiguen amigos como para hacer dulce. Eso pasa aparentemente porque las chicas buscamos algo distinto de lo que buscan los chicos. A los chicos del grupo octogeniales les cuesta incorporar la categoría amigo porque todavía los esquemas históricos de las relaciones entre hombres y mujeres, teóricamente perimidos, persisten como si fueran nuevos.
Entonces, podríamos empezar por definir un amigo.
Un amigo no es un marido. Aunque pudiera llegar a serlo, las mujeres que buscan un amigo lo hacen porque salieron de una relación o quedaron viudas y no quieren entrar de nuevo en la institución de la libreta ni tener en poco tiempo una relación comprometida.
Un amigo no es un novio, porque un novio implica cierto tiempo de relación y, como mínimo, compromiso afectivo, piel y sexo, lo que presume un proyecto más concreto y de vida en común.
Un amigo no es una pareja, porque una pareja puede ser a veces una variante de un novio, otras de un marido. Es como una versión levemente más light, sin fiesta de casamiento y vestido blanco. Este status ahora ha dado en llamarse “un vínculo” y suele desarrollarse con preferencia cama afuera.
Un amigo no es necesariamente un amante porque éste suele entrar en la categoría relación apasionada, de preferencia clandestina y siempre con fuerte carga sexual, que muchos octogeniales, lo admitan o no, no siempre se animan a enfrentar.
¿Cómo es entonces el amigo que nos cuesta encontrar?
Es ante todo un buen compañero; quiere tener una amiga para pasear, y, sobre todo, para ser oreja cuando hace falta. Un amigo está disponible y sabe escuchar y guardar secretos porque básicamente es leal. Un amigo no puede ser tóxico, manipulador, celoso o demasiado exigente.
También tiene que poder contar sus alegrías y sus penas como hacemos las mujeres porque indefectiblemente va a escuchar las nuestras. Y tiene que tener las ideas claras para no buscar de entrada una esposa, novia o amante en la amiga aunque más tarde la vida le diga otra cosa.
Muchas veces un amigo puede tener novia o esposa propias aunque la amistad no venga de la juventud. Todo lo previo no descarta que un amigo después de cierto tiempo pase a alguno de los otros estados cuasi civiles siempre que sea de común acuerdo.
Últimamente, las chicas y yo, octogeniales o no, tenemos la sensación de que tendríamos que salir a la calle con una vincha que dijera “no busco marido, novio ni alguien que me mantenga, solo quiero un amigo para pasear”. Nada más.