Los octogeniales recordamos bien los años cuando en Buenos Aires había no más de media docena de restaurantes de renombre. El resto eran bodegones, cantinas o locales étnicos pertenecientes a colectividades como la española o la francesa. Nada se asemejaba a esta Buenos Aires de hoy con tres restaurantes por cuadra.
Los lugares “finos” se visitaban en grandes ocasiones como cumpleaños o aniversarios. Vistos a la distancia, la mayoría no ofrecía platos muy refinados y las porciones, ajenas a la futura nouvelle cuisine, eran abundantes. De hecho, era normal que sobrara comida que se dejaba y tiraba. Algo que también sucedía en las casas ante la mirada horrorizada de los inmigrantes que sabían de hambrunas y no podían entender que si el nene no comía más que dos trocitos el resto del churrasco se tirara.
Tuvieron que pasar muchos años para que eso cambiara. Empujaron las crisis y el encarecimiento de los alimentos. Pero, además, para que entrara la moda del doggy bag con su gracioso apodo, hubo que superar el afán de aparentar tan usual entre los argentinos. (“¿Llevarme lo que quedó? A ver si piensan que ando mal de plata.”)
La costumbre llegó desde los Estados Unidos donde la practicidad rige la vida diaria. Como las porciones suelen ser enormes, se hizo habitual llevar el sobrante a casa para no cocinar el día siguiente. La ecuación es clara: lo pagué, es mío, me lo llevo. Si sobró vino, también. Desde luego, ningún cachorro se enteró jamás de que, en teoría, las delicias le estaban destinadas.
Al observar con atención se podía distinguir de dónde venía la gente que se veía por la calle: bolsa de papel marrón indicaba comida rápida, bolsa linda de cartulina con manijas, restaurante bueno, paquete envuelto en caja exótica dorada en manos de señora de largo: cena carísima después de la ópera. Eso sí, nadie dejaba nada.
Ahora nosotros tampoco así sea medio chorizo y un trozo de tortilla. Perdimos la vergüencita.
D@tos
La nueva temporada de “Un lugar para soñar” (Virgin River) es tan melosa como las anteriores, pero se deja devorar especialmente en momentos de descanso o de necesidad de vaciar la cabeza. Tanta gente feliz porque siempre resuelve los conflictos hace bien… “Días de Navidad” es una miniserie española y no pertenece a la categoría navideña de renos y Papá Noel. Enfoca tres épocas de la vida de tres hermanas con situaciones difíciles, clima político, costumbres. Muy bien hecha y con actuaciones excelentes que incluyen estrellas del cine hispano. Volví a ver “El tren de los niños” y me gustó tanto como la primera vez. El documental “La singular vida de Ibelin” nos hace pensar, mucho, sobre nuestra relación con las redes y los juegos de rol. Muestra que lo que para muchos puede ser veneno, para algunos puede implicar eludir la soledad en una vida paralela. “Bajo un mismo techo” es una comedia americana clásica y predecible pero ideal para pasar una tarde de mal tiempo. “Seis triple ocho” relata la verdadera historia de un batallón postal del ejército norteamericano en la Segunda Guerra. Formado soo por mujeres negras, se lo destina, casi como castigo, a resolver la logística de millones de cartas amontonadas que no llegan a las desanimadas tropas en combate ni a sus familias. Muy entretenida y gratificante. Todas por Netflix.