Noches blancas o en blanco…

Ya confesé con anterioridad que, de las envidias inútiles que se pueden desarrollar a lo largo de la vida, la que más me ataca es la del pelo. Es verdad, pero no es la única. La otra es la del sueño. Envidio a muerte a la gente que dice “apoyo la cabeza en la almohada y me duermo”. No recuerdo haber dormido bien y profundamente más que alguna vez. Tal vez me quedó aquello del “sueño de la nodriza” de cuando mis hijos eran bebés.

Desde siempre oí decir que los viejos duermen poco, menos que antes o mal. Solo que yo, que siempre fui una chica precoz, empecé antes de ser vieja. Me cuesta dormir, me despierto dos o tres horas después de dormirme o tres horas antes de tener que levantarme. O puedo ver diez capítulos de una serie esperando que el sueño se digne aparecer. Me levanto a hacer pipí tres veces, me da hambre, tomo un yogur y vuelvo a intentar.

Para qué contarles todo lo que probé; de melatonina a té de verbena, de ansiolíticos a té de tilo, de inductores fisiológicos del sueño (sic) a somníferos, de relajantes a ejercicios de meditación y/o de visualización, flores de Bach, lo que quieran. Los pocos medicamentos que medianamente me sirvieron me dejaron idiota hasta el mediodía siguiente. Todo lo demás fue una ilusión.

Por suerte, no para mis amigas, me siento acompañada. Con varias de ellas comentamos siempre que podríamos llamarnos por teléfono a las cinco de la mañana para charlar porque todas estamos despiertas. Bueno, todas no. Tengo dos amigas que duermen muy bien a quienes, como corresponde, envidio. En realidad, las insomnes deberíamos armar una reunión por zoom a la que podrían asistir unos cuantos muchachos amigos también. O podríamos ver una serie, todos al mismo tiempo, y comentarla mientras tomamos té de manzanilla.

Cuando el sueño no aparece nada sirve. La cama queda como un nido de caranchos de tanto pegar vueltas, tengo frío me tapo, me da calor me destapo, no sé dónde poner las piernas y los brazos. Enciendo y apago la luz, busco un libro, leo dos páginas, me canso, me parece que tengo sueño y la mayoría de las veces… «tutto da capo». En ocasiones, me siento muy cansada, me parece que me estoy por dormir pero… basta que apague la luz para despertarme como si fueran las ocho de la mañana.

¡Y por si fuera poco, la cabeza! En las noches más complicadas se disparan todas las situaciones desagradables de mi vida que, a esta altura, no son pocas. Y las malditas giran como en una calesita. Me propongo no pensar pero vuelven y vuelven.

Cuando ya no aguanto más opto por encender de nuevo la luz y me dirijo a hacer algo. No cocino a las tres de la mañana, como hace una amiga, pero podría. Sería una manera de industrializar tanto tiempo perdido.

Sin embargo, el insomnio tiene alguna consecuencia favorable. Una es que podemos salir a caminar muy temprano porque las caminantes estamos despiertas y listas de madrugada. Otra, es que si no puedo dormir al menos puedo escribir estas notas.

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