Tengo una duda: si es cierto que la vejez es un estado de ánimo ¿por qué me duele todo cuando llueve como hoy y cuando no llueve también? Si mi ánimo se siente joven y activo ¿por qué me duele todo?
Hace poco me di cuenta de que los octogeniales estamos en una etapa de «tener un poco menos de casi todo”. Es decir, sufrimos pérdidas variables que nos tocan de diferentes maneras relacionadas con la genética, la herencia, el estado general o la salud de cada momento.
Así como un día nos empieza a doler una rodilla, luego la cadera o el ciático, un día nos damos cuenta de que oímos menos. Es una sensación confusa porque, aunque nos molesta cualquier ruidito, no entendemos la mitad de lo que dicen los que están conversando al otro lado de la mesa.
Si se trata de ver, ya nos cuesta leer los prospectos de los medicamentos o las etiquetas de los alimentos (con los anteojos puestos). Enhebrar una aguja o depilar uno de los malditos pelos que aparecen de repente en el mentón se complica como para soñar con una lupa y un espejo de aumento desarrollados por la Nasa.
Los sabores, para no ser menos, se declaran en rebeldía. Ni la canela ni la albahaca huelen como antes. Mientras los invitados devoran felices las delicias que les preparamos nos parece que todo es desabrido porque el gusto también se encuentra anestesiado.
Como el olfato no se queda atrás, el perfume de siempre nos parece más flojo y nos hace suponer que empeoró la calidad. Quedaría el tacto en el recuento pero él también se va borrando. Nos notamos más torpes, nos cuesta más abrir una botella o el frasco de champú, los objetos se nos caen más seguido de las manos.
En resumen, cambia nuestra percepción del mundo. Es verdad que es molesto pero, como no hay mal que por bien no venga, es igual de cierto que un poco de anestesia ante la realidad nos ayuda a no preocuparnos tanto por todo como antes, a relajarnos y, finalmente, hasta a disfrutar algunas limitaciones.
Todavía no sé cuál sería la actitud correcta ante esta suma de situaciones que, con cierta deferencia y un poco de elegancia, podríamos calificar de desagradables, molestas e irritantes. Y como nos pasa a todos algo parecido, podríamos cantar en coro con Palito Ortega “A mí me pasa lo mismo que a usted” para animarnos.
¿Consuelo de tontos? Tal vez. Sólo (escrito con acento como dice la RAE) que admitir la realidad del envejecimiento y del desgaste natural del cuerpo por el normal paso de los años (sin dejar que las molestias invadan nuestra vida ni se vuelvan un tema central), nos ayuda a recordar algo elemental: estamos vivos y somos octogeniales.
Con seguridad también ayuda adoptar la filosofía de concentrarse en los dientes sanos y no sólo (con acento) en la muela que duele para elegir la posibilidad de seguir viviendo bien y en actividad. En último caso, ponerle un poco de humor a los traspiés provocados por los cambios aunque a veces parezca difícil.
Nota al pie: esto lo acaba de escribir alguien que hoy volcó un mate lleno en el medio de la cocina y pasó una hora juntando agua y yerba y lavando el piso y el camisón.