En algunos aspectos, todavía me quedan esperanzas sobre la evolución de nuestra sociedad; más aún, de vez en cuando hasta creo en la posible superación de la humanidad.
Aunque sería demasiado largo enumerar los numerosos cambios que se fueron dando en nuestro lenguaje, como reflejo de los cambios en nuestras actitudes cotidianas, algunos son muy representativos del cambio mental que los promovió.
Por ejemplo, decir como decíamos mogólico por tonto o considerar a un homosexual como un enfermo o anormal es solo una mínima muestra de muchas situaciones más por las que todavía podríamos disculparnos. De allí a hoy, por suerte -no siempre en línea recta sino transitando recovecos, callejuelas y túneles- llegamos al casamiento igualitario y a que las personas con Síndrome de Down sean modelos o artistas.
Cuesta un poco encontrarlas pero tenemos algunas notables mejoras más. Así, la conciencia por cuidar el planeta, la búsqueda de alimentos más naturales, la lucha contra el acoso sexual y el acoso escolar nos incrementan las esperanzas de que no todo esté perdido como parece en algunos otros días, tanto en la Patria como en el planeta Tierra.
Sin embargo, persistimos en no dejar de lado nuestra tendencia innata al desbande, al exceso, al fundamentalismo. Ese fundamentalismo que, además de serlo, pretende imponerlo. No se trata acá de las mujeres en Afganistán, un ejemplo tan válido como terrible. Son los excesos del veganismo, los del feminismo, algunos disparates de la moda, el exceso de consumo de cualquier cosa. Todos sabemos de qué se trata. Ni un gramo de harina, tres litros de agua por día, vivir de semillas, ninguna carne porque me dan pena las vacas, los cerdos, los pollos y los corderos. El problema, como siempre, es el límite. O el difícil justo medio de Confucio: si siempre fuimos omnívoros, ¿podemos pasar a ser veganos sin escalas?

Reconozco que desde que soy octogenial tengo menos paciencia; por ejemplo, no me gusta que una joven, a la que un señor “caballero” como se decía antes le abra la puerta y la deje pasar, conteste: “no preciso que me ayude se abrir la puerta sola”. También creo que todos tenemos derecho a alimentarnos como queremos si tenemos la suerte de poder elegir. Pero de ahí a que alguien me mire mal, me quiera hacer sentir culpable o pretenda que me disculpe con una vaca por comer un bife, me parece disparatado.
Y, ya que estamos, también me irrita que todo lo que se diga sea políticamente incorrecto. Para nosotros petiso, gordo, negro eran apodos cariñosos, no decíamos “no blanco querido”. Los octogeniales todavía los usamos y no creemos estar ofendiendo a un novio cuando le decimos “te quiero negrito” o a un hijo “gordito por favor alcánzame tal cosa”. Me preocupa que llegue el día en el que tenga que pedir en la panadería “dame tres figacitas y tres pancitos afrodescendientes”.
Con el debido respeto por las infinitas formas de pensar, creo que todo es cuestión de contexto.
Algunos d@tos
Hoy van acá al mismo tiempo porque la plataforma, hasta que lo resuelva, me impide hacer más de tantos envíos lo que me obliga a compactar las entregas.
“Desde cero”, bajo la forma de una comedia ligera se desarrolla al mismo tiempo un drama de los de llorar. Muy equilibrada, con buenas interpretaciones, regia para un fin de semana. “No dejes de mirarme” es larguísima y sin embargo la vi dos veces y no pude dejarla. No es como aparenta al inicio una historia más del nazismo. Es diferente y vale la pena cada minuto por el clima, el conflicto y las actuaciones. “Desaparecida en Lorenskog” es una serie breve sobre el caso real del secuestro de la mujer de un millonario noruego. Dudas y suspenso, nadie es lo que parece. “Luce”, una película norteamericana es como un manual de la ambigüedad. En cada minuto uno siente que nadie es quien es, nada es lo que parece, muy buena con algunas actuaciones descollantes. Todas por Netflix.
Si se trata de ir al cine como antes, “La Sra. Harris viaja a París” es lo que puede definirse sintéticamente como una deliciosa comedia inglesa. Perfecta en todos sus detalles, para salir sonriendo de la sala.
Para ir al teatro: “Lo que el río hace”, de las hermanas Marull que la escribieron, dirigen e interpretan, es una idea original y divertida ya que explotan el hecho de ser hermanas idénticas, lo que les permite alternar la representación de un mismo personaje, una mujer alterada que vuelve al pueblo donde pasó la infancia para descubrir que todo ha cambiado con el tiempo. Sala Cunil Cabanellas, Teatro San Martín. “Un almuerzo argentino” de Bernardo Cappa, es una de esas joyitas que aparecen cada tanto en el teatro off. Divertida, con muy buenos intérpretes, se desarrolla en un clima poco habitual mientras los actores almuerzan frente al público. Dos partes de una familia se pelean sin descanso poco después de la muerte de Evita en el año 1952. Impecable, la presentación es atípica porque se da los domingos a mediodía, ideal para los reticentes a salir de noche. En Hasta Trilce.
¿A comer? Por un trámite céntrico, en día de piquete, tuve que hacer tiempo por una hora y decidí aprovecharla almorzando. En Tienda de Café de Avenida de Mayo 799, comí uno de los sándwiches de salmón más ricos de los últimos tiempos. Abundante, sabroso, acompañado por papas rústicas, regio. Las hamburguesas de “Doggs”, de Blanco Encalada 1665, Belgrano, son una combinación perfecta para después del cine. Muy ricas.
Para terminar, van comentarios de los lectores que, por supuesto, no sé por qué no entraron donde debían aparecer:
“Holaaaa ¿como estas vos, cómo amaneciste?
Yo amaneciiii…que es bastante ¡jaja!!
Y contenta que no siento mi esqueleto, que esto también es bastante
Los abrazos a todos.
Virginia Pokorni
“Voy por el lobo bueno. Respecto a huesos, articulaciones y otros males, cada mañana pienso qué orden recibirán del cerebro cada una de las partes del cuerpo, para dejar las sábanas. Por ahora le obedecen. Como bien escribió Daniela, luego de estar en pie, suceden satisfactorios rituales cotidianos. Te olvidaste Daniela, el habitual regado de las plantas.”
Hasta la próxima.
María Victoria Grillo